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Ser madre.

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Me importa cada vez que inspiras, que expiras, cada uno de tus pestañeos o pasos a izquierda o derecha.
Si ríes, si lloras, si toses, si duermes, si sueñas, si estás inquieta.


Quisiera ser el libro abierto que contenga las soluciones a cada uno de tus problemas y hacer de este viaje una suave y mullida cuna hecha de nubes y terciopelo siempre suave para tí.






No soporto que nada te duela o dañe y quiero ser el castillo dónde siempre puedas volver, el abrigo, el abrazo cálido que siempre te espera pase lo que pase.
Quisiera ser perfecta para resolver siempre los crucigramas de tu vida, que son los míos.







Cuándo llegaste pensaba que eras un milagro. Tan pequeña, tan redondita, tan perfecta, como una muñeca que me miraba y sonreía.
Sentada en tu sillita comiendo galletas María mientras yo estudiaba Derecho Civil y Romano...
Eras tranquila y buena. Parecía que ya sabías que te había tocado una madre joven, sin experiencia, que tenía que aprender a ser madre al mismo tiempo que estudiaba y crecía ella misma.
Por eso comías con buen apetito todo lo que yo cocinaba para tí, jugabas tranquila y dormías de un tirón.






Echo la vista atrás y creo que no hubiese sabido hacerlo de otra manera. Los niños no vienen con libro de instrucciones y a caminar se aprende caminando.
Aprendí a hacer fiestas de pijamas, a llevar en mi coche a cinco ruidosas chiquillas disfrazadas de princesas, a hacer patatas fritas y tarta de chocolate y galletas, tu favorita, para tí y para tus amiguitas.
Me acostumbré sin pestañear a que me mirasen por la calle  cada vez que te ponían una vacuna y tus gritos se oían a dos km. de distancia.








Las decisiones que tomé y los caminos que emprendí o dejé atrás, siempre fueron pensando en que mi prioridad era construir una familia y que cada uno de nosotros fuese feliz en ella.
Con baches, con curvas y con rectas, creo haberlo conseguido, porque el mejor regalo que a una persona puede hacerse es... El abrigo, el cobijo y afecto. El amor incondicional que la familia le proporciona.








El mejor regalo para un niño es un hermano. Aquel que le acompañará el resto de su vida. Al que puede contar sus cosas, no como un amigo, sino como a su otro yo. 
El hermano le da lo que tiene y no lo que le sobra. El hermano llora cuándo uno llora y te acompaña en todos los momentos y sentimientos a lo largo de una vida.
A él puedes acudir sin temer que se aproveche o te utilice. A él vas cuándo estás perdido buscando el camino de regreso.
Hermano es el que acoge, asiste, ayuda, el que celebra tus triunfos de verdad y no de puertas afuera.
Un hermano no conoce la envidia, deporte nacional de España y camina al paso que tú caminas.







Así que tú, querida Flavia, eres afortunada. Y yo, lo soy por partida doble.
Tienes dos hermanas que no hace falta describir con palabras porque los que las conocen saben las virtudes que las adornan.
El tesoro de tener ese regalo de por vida es de valor incalculable.
No hay medida para valorar la suerte de contar con dos personas que pase lo que pase van a darlo todo por tí y los tuyos.
Ha quedado demostrado en momentos duros de la vida. Siendo niñas y bien pequeñas aquí todo el mundo ha dado y sigue dando la talla cuándo la ocasión lo requiere y arrimando el hombro.





Hoy que es tu cumpleaños y me he sentado frente a esta pantalla a reflexionar y echar la vista atrás... 
Creo que no ha sido fácil para mí en muchos momentos, más mi conclusión es que debería celebrar con un buen homenaje, un brindis y una fiesta, que soy madre de tres lindas personas que van a caminar de la mano toda la vida, aunque haya distancia en avión entre vosotras.
Pendientes de que todo marche como debe, de que la risa y el buen humor siga presidiendo vuestras vidas y nada le falte a ninguna de las tres.
La mejor obra de una madre, el orgullo de saber que uno puede marcharse tranquilo cuándo le toque. Ahí está quién siga sus pasos y riegue la planta que uno plantó.

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